Mario Usabiaga | 24 de marzo

En las particularidades de cada 24 de marzo se sostiene la decisión de evocar alguna voz que hable por el presente de la búsqueda de verdad y justicia, por la memoria de las víctimas del horror, de la dictadura cívico militar, y por un futuro que consolide una sociedad que sepa sostener un “nunca más” sin impunidad para los genocidas. Tal como señala el hijo de Joaquín Areta en el prólogo al libro que recopila los poemas de su padre, “mantener la memoria ‘en movimiento’ es un acto de responsabilidad mucho más complejo y trascendente que homenajear, recordar o reivindicar.” Como en los cuerpos y en los destinos de sus víctimas, el terrorismo de Estado dejó en todos y cada uno de los estamentos e instituciones de la sociedad civil las huellas de sus crímenes, a partir de imponer reordenamientos jurídicos, interrumpir procesos de formación y expulsar no solo sujetos sino también tradiciones de pensamiento e intervención pública.

Frente a cada 24 de marzo, el Departamento de Humanidades elige reponer algunos hilos de este tejido social desgarrado sabiendo que, aunque no haya manera de repararlo, otra cosa se puede construir a partir de esa reposición. Recurrentemente pensamos en aquellas Tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin, en las que refiere a ese don que debe tener un historiador para “encender en el pasado una luz de esperanza, puesto que si los vencedores imponen su historia (y nunca han dejado de hacerlo), ni siquiera los muertos estarán a salvo”. En la responsabilidad de mantener la memoria en movimiento también está la necesidad de reponer la historia de las víctimas, de todas, comenzando con aquellos cuya vida fue violentamente truncada, siguiendo con aquellas que sobrevivieron y se recompusieron como pudieron, con todas las heridas a cuestas. Pero, además, en la responsabilidad de mantener viva la memoria de la Institución debemos pensar también las cicatrices de las trayectorias truncas de los que fueron expulsados y no tuvieron la chance de volver y que, de ser olvidados, consumarían una victoria más de aquella imposición de un modelo por medio del terror que significó la dictadura.

Para mantener la memoria viva, elegimos la figura de Mario Usabiaga, quien falleció poco antes del retorno de la democracia sin tener la posibilidad de volver a nuestro Departamento. Docente, no docente, fundador de la Asociación de Trabajadores de la Universidad Nacional del Sur, padeció la cárcel y el exilio por su militancia. Como en todas las instituciones, otros ocuparon sus lugares en las cátedras, en el Instituto, en la planta no docente, pero la interrupción de sus voces en la formación de sucesivas generaciones de estudiantes en nuestra universidad no pudo recomponerse. Con la urgencia de restañar esa parte del tejido desgarrado de la historia argentina, pero también de la Universidad del Sur, el Departamento de Humanidades trae a la memoria (y con él a todas las víctimas) la figura de Mario Usabiaga.